martes, 30 de octubre de 2007

TENDIDOS (5 de julio de 2007)

El patrón se asoma a las filas bajas del tendido. El patrón maneja las distancias: saluda a lo lejos, con un elegante pero rotundo gesto de muñeca; saluda a alguien seis filas más arriba, con su índice amistoso susurrando un elemental “me alegro de verte”; saluda en el cuerpo a cuerpo, apretando manos nerviosas, besando mejillas hidratadas. Pero el patrón no va al saludo; el saludo le espera a él. El de lejos preguntándose si le reconocerá; el de atrás rogando para que se gire; la rubia requetecuarentona como quien no quiere la cosa.

Alrededor del patrón zumban los zánganos, rebosantes de baba aguardando un guiño. Interpretan su papel y hace tiempo que abandonaron su dignidad como las serpientes sus viejas escamas. Sólo se trata de dar gusto al patrón, reírle sus aburridas ocurrencias, estar pendiente de sus caprichos, competir con astucia en la adulación con los jovencitos zánganos que aspiran a reemplazar a los veteranos.

El patrón anda inquieto, cambia continuamente de sitio, no acaba de estar a gusto. Él marca el ritmo y los demás se mueven según sople el viento. Hay un zanganillo que destaca sobre los demás, repeinado, con sus gafas horteras que han sustituido a las gafas horteras del pasado año, pero que se llevan. Porque el zanganillo no piensa, se mueve por los impulsos ajenos. Nadie mejor que él lo sabe. El patrón también lo sabe: un gesto y el monito salta, se hunde en el vomitorio, regresa acompañado de un anciano que, agradecido, saluda la generosidad del patrón, y todos contentos.

Unos tendidos más allá, en la sombra, se mueven otros patrones, otros zánganos, divisando a la charanga achicharrándose al sol.

Sale el toro, corre, embiste, asusta. El torero observa desde el burladero, se cala la montera y sale al ruedo. Un capotazo de saludo, otro para fijarlo. Hay respeto. En el tendido, en la sombra, alguien piensa: “más cornás da el hambre”.


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