lunes, 19 de mayo de 2008

Cuando truena

En las afueras de la estación, tres hombres caminan hacia descampado. Les vio de lejos y se escondió en un viejo vagón en vía muerta al que le había crecido maleza en las ruedas. Una rendija cómplice le permitió distinguir dos guerreras y una camisilla blanca. De cerca vio tres rostros que nunca olvidaría. Tembló. Sin tiempo de tomar decisión alguna, rugieron los fusiles. El furgón sirvió de caja de resonancia y sintió que el trueno le reducía a polvo de óxido. El viento alejó las descargas en ecos precipitados. Al poco regresaron los hombres uniformados. Volvió a temblar, de rabia.


Muchos años después, lejos de aquella estación, el azar le cruzó con uno de aquellos sujetos. “Yo te conozco”. Recibió un gesto perplejo. “¿De qué?” Llovía, y las gotas dibujaban sus arrugas. “Yo te conozco”, sentenció. Y se fue.


Al borde de los cien años, en los días de tormenta, aún escucha cómo siguen viajando las salvas que denuncian, para la eternidad, el asesinato. Todos los asesinatos.

(Basado en hechos reales)

jueves, 15 de mayo de 2008

DESALOJOS (15 de mayo de 2008)

Lo harán por la noche, a las tantas, y te dirán que desalojes, que recojas tus pertenencias, paria, y te pires. No te dirán que te mandan a la calle, tú sabrás cómo te buscas la vida, pero sentirás que te mandan a la puta calle. Habías oído que esto pasaba, pero nunca pensaste que te pasaría a ti. Pedirás explicaciones, pero no te las darán; como mucho recibirás coartadas. Quienes dan las órdenes habrán planeado el desahucio, el despido, al milímetro, para que parezca un accidente, aduciendo eficacia, eufemismo de canallada.

Así te verás, sin casa, sin trabajo, sin libertad o sin futuro. Te desalojan a traición, siguiendo al dictado el manual del miserable: débil con el fuerte, fuerte con el débil. Y ya desalojado, lo peor es el dolor, más el de dentro que el de fuera, el sentimiento de abandono, de orfandad, echado a la ruleta de la incertidumbre sabiendo que tus posibilidades disminuyen según pasa el tiempo.

Las solidaridades son efímeras y los días tienen veinticuatro horas, de las que veintitrés y media, al menos, pensamos en nosotros mismos. ¡Cómo lo siento! se tarda en decir dos segundos, y contar la desgracia ajena un trasiego de tinto o el café de sobremesa, muy azucarado para que no amargue. Al relato pronto se le cruzará una anécdota remota, bastarda, que desvía sin remedio la conversación. Quedará, como mucho, un regusto de lástima y la esperanza de que nunca te pase. Pero el desalojado sufre su desamparo sin tregua. Y luego las ruinas: el montón de escombros de lo que un día fue tu casa; la pesadumbre en la cola del desempleo; las heridas de enamoramientos esquivos; las palabras que uno ya no puede escribir…

Queda resistir, vencer a la resignación y no dejar que el desalojo caiga en el olvido, para que su victoria no sea definitiva. El olvido es el peor compañero de viaje. Así que recuerda que cualquier día pueden derribar tu puerta y decirte que desalojes, que recojas tus pertenencias, paria, y te pires… ¡Qué cabrones!

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