martes, 30 de octubre de 2007

HABITUAL (22 de junio de 2006)

Habitual es que la ciudad sea un gran atasco, problema que habitualmente se incrementa en operaciones salida o nevadas; y es habitual que nuestras autoridades se muestren impotentes para remediar el enredo, como suele ser habitual que la culpa siempre sea de otros, habitualmente los conductores, que de manera habitual viajan cuando no deben. Lo que no es tan habitual es que multiplique el problema quien está obligado a solucionarlo. Ya lo dijo Marx, (don Groucho, por supuesto): “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

Es habitual que todos los políticos siempre ganen las elecciones, y también nos hemos habituado a que la oposición nunca reconozca una buena acción del que gobierna. Y habitual es entre nuestros gobernantes ver paja en ojo ajeno pero no la viga en el propio, y decir aquí que la oposición no ha digerido un resultado en las urnas, mientras que doscientos y pico kilómetros más al sur, de forma habitual, regurgitan pésimas digestiones electorales que resultan un insulto a la democracia y a la ciudadanía. Ya lo dijo el periodista estadounidense Henry Brooks Adams: “El ejercicio de la política consiste en ignorar los hechos”.

En fin, en ciertas ocasiones es habitual utilizar la palabra habitual para hacernos creer que lo inhabitual es habitual. Es habitual dejar caer ciertas aseveraciones para confundirnos, aprovechando la flaqueza de la memoria y convertir, de una manera poco habitual, el adjetivo "provisional" en el no menos adjetivo "habitual". Verbigracia: "Las barracas no podían fallar en las fiestas (...) por lo que tendrán reservado su espacio habitual en la confluencia de la calle Francisco de Vitoria con Eloy García de Quevedo" (web del Ayuntamiento, noticias de junio de 2006). Un día desaparecieron de su verdadero lugar habitual sin que se dieran explicaciones contundentes, aunque estamos habituados a ello. No faltaron sospechas. Otro periodista del imperio, Ambrose Bierce, sabía la verdad: "Política: conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios".

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