martes, 30 de octubre de 2007

GAROÑA JUBILADA (19 de septiembre de 2006)

Nos desayunábamos el domingo los lectores de El País con un titular en primera (en realidad, el titular de primera) que rezaba: “El Gobierno decide cerrar la central nuclear de Garoña”. No una, sino decenas de columnas como la presente podrían escribirse sobre tan contundente afirmación, por la complejidad del asunto y por las reacciones que han provocado desde el fin de semana.

Narbona dice que no sabe nada (¡!) y de Clos nada sabemos (¿?). La nuclear mueve mucho dinero y ya bajan las aguas revueltas desde el entorno de Garoña. Los ecologistas están encantados (supongo) y Endesa e Iberdrola ven sus expectativas de futuro defraudadas (afirmo). Hay quien se pregunta cómo sustituiremos la energía que ya no proporcionará la vieja planta y si las fuentes alternativas están lo suficientemente desarrolladas como para hacer frente al modelo antinuclear. O cómo soportará nuestro medio ambiente el aumento de emisiones de CO2 que arrojarán las centrales de carbón y de gas que suplirán la energía de las nucleares. Además, a España le aprieta el zapato del cementerio nuclear, y antes de 2011 hay que buscarle ubicación, no sólo para recibir los residuos generados en la central burgalesa (y de otras), sino también los que tenemos ‘prestados’ a Francia tras el accidente de Vandellós I en 1989. Cada día de retraso que acumulemos sin recoger la basura que hemos dejado al otro lado de los Pirineos nos costará la nadería de 57.000 euros al día. Por algo ofrece el Gobierno 700 millones de euros en inversiones a la zona que quiera quedarse con el regalito. Lo dicho: tema complejo y con muchas aristas.

Pero creo que hay otros aspectos que también merecen atención, como el de la hipocresía que inundan ciertos gestos antinucleares y la cruda realidad en la que nos movemos. Todos queremos un planeta saludable, legar sana la tierra que sana heredamos. Pero no queremos (¿no podemos?) renunciar a nuestro derroche energético, a nuestro consumo desmesurado, mientras seguimos suspendiendo la asignatura de Kyoto. El día que no queden centrales en España, ¿importaremos fuerza para nuestros enchufes de Francia, país entregado a la nuclear, como hacen otros países? ¿A qué precio? ¿Nos tocará almacenar a medias su basura radiactiva? Pero también, ¿qué futuro le espera al territorio que se inunde de euros a cambio de unas entrañas intoxicadas? Complejo, sí.

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