martes, 30 de octubre de 2007

BANG, RING (19 de octubre de 2006)

La Historia de casi todas las naciones se ha escrito con sangre, renglones caníbales que devoran pueblos con saña. En algunos lugares, malditos, la ponzoña es inoculada desde hace siglos con irritante cadencia, despacio, sin prisa, sin pausa. El ruso es uno de esos pueblos, sometidos a la ceguera áulica del zarismo, plagado de imbéciles coronados, y cuya última dinastía desapareció acribillada a tiros en un sótano, el refugio de las ratas.

Stalin tomó el relevo pronto, demasiado pronto, suministrando sus inyecciones letales con pulso de cirujano en guante de acero. Aquel régimen aprendió el marxismo a medias, se quedaron con la dictadura y se olvidaron del proletariado, sobre todo del proletariado periférico que no era ruso, todo al servicio del partido y su oligarquía, gentuza que no perdieron sus escrúpulos porque nunca los tuvieron. ¡Y a eso lo llamaron comunismo!

El resto ya lo vivimos en directo. A Gorbachov le patearon en el culo mientras firmaba el acta de defunción de los sóviets y de Yeltsin mejor no decir nada sobrio. Los jóvenes tiburones se han hecho multimillonarios en el nuevo paraíso capitalista a costa de las riquezas del país y Putin es un consumado practicante, inoculando, inoculando… El desgraciado pueblo ruso acaba de enterrar a su última víctima, Anna Politkóvskaya, silenciada a balazos, con su último artículo a medio escribir. Otra línea de hemoglobina para los libros de Historia.

Aquí, ahora, tenemos más suerte. Sobre nuestros políticos no planean sospechas criminales, ni los periodistas son carne de gatillo por lo que digan o escriban. Como mucho, mandan al holgazán de turno que telefonee al periódico hostil para amenazarle con no meter publicidad oficial si siguen tocando los cojones. Comparado con los otros, unos angelitos.

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