lunes, 16 de junio de 2008

Sinestesia

Frente a los anaqueles cargados despertaban sus sentidos. Abierto de par en par, aquel poemario transmitía un intenso olor a canela. Cerró los ojos e inspiró con codicia. Percibió el verso erizado en la palma de la mano y se dejó mecer por la sinfonía de la métrica. ¿Desea algo? La miró despacio, sin reprochar el brusco despertar. Aún no, estoy intentando averiguar si su dulzor empalaga. La librera, que llevaba un buen rato observándole, por un instante temió que se pusiera a dar lengüetazos a la cubierta. Se fue un poco asustada, mientras él regresaba a sus sentidos. Pronto entendió que la primera impresión había sido falsa. No era del todo dulce, pero no podía decir que amargara. Tenía una acidez rebajada. Un gajo de naranja con azúcar, pensó satisfecho. Por favor, señor, ¿me acompaña a la puerta?, le dijo un bigardo uniformado. Sí, después de pasar por caja.

1 comentarios:

Teresa dijo...

¿y si se pudieran relamer las tapas para extraer un sabor, y paladear los extractos de aromas encontrados?
Sí, pediría uno de limón y canela

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