domingo, 27 de abril de 2008

¿Cuándo aprenderemos?

Es tozuda y se empeña en seguir tropezando en la misma columna. Creo que no hay continuidad en la vieja historia de la Venus pelirroja y su obnubilado esposo. Es un relato al que le han caído los años, aunque tampoco de recién nacido me pareció redondo. Pero no sé por qué, recopilando viejos escritos que iré colgando en este humilde fuste, decidí comenzar con él. Bueno, tampoco puedo decir que fuera su última oportunidad, porque nunca tuvo una primera. En fin, que ahí queda. Y os agradezco a ti, Bipolar, y a Yago los comentarios. Y no quiero hacerlo en la ventana pequeña de los diálogos, sino en el salón principal de una entrada.

Este de hoy tiene los mismos años que la guerra de Irak. Lo redacté cuando me invitaron a participar en unas lecturas públicas en la Biblioteca Municipal Gonzalo de Berceo contra la guerra. Preferí tirar de cosecha propia, aun sabiendo que hay miles de mejores bodegas. Y esto fue lo que parí. Me gusta más, creo que tiene mejor vejez. Y quiero dedicártelo especialmente a ti, Bipolar, obstinada, terca, cabezota (mismos significados, distintas percepciones), que sigues empecinada en seguir leyendo estos post a una columna pegados. Y no sabes cómo te lo agradezco.


George Grosz. 'Cain, or, Hitler in Hell'. 1944. Colección privada

¿Cuándo aprenderemos?

He visto un par de reportajes en televisión sobre la vida y obra de un gran hombre, un hombre que había nacido judío bajo la monarquía autrohúngara, en una pequeña localidad que dista unos 300 kilómetros de la Viena de principios del siglo XX. Cuando uno es niño no sabe de geografías ni de razas; cuando uno es adulto a veces quisiera conservar aquella candorosa ignorancia. Un traslado familiar hizo que aquel niño viviera su infancia en la capital del vals, tan imperial como aburrida para su inquieto espíritu. Se hizo periodista y, a la primera ocasión que tuvo, se fue a Berlín, y luego a París, y más tarde a Hollywood. Su genio creador le hizo un reconocido guionista (algunos creen que el más grande que jamás haya dado la industria de los sueños), y después subió al olimpo de los directores.

Pero aquel hombre extraordinario, niño y joven judío en la Viena de principios de siglo, dejó en Europa una familia que fue abatida por el odio y la sinrazón uniformada en Auschwitz. Aquella enorme herida, imposible de cicatrizar, siempre le acompañó, y quizá por eso, en el drama y en la comedia, diseccionó con la precisión de un cirujano, con el bisturí de la ironía, el escalpelo del sarcasmo, la esencia humana. En cierta ocasión la Paramount, para hacer comercial en Alemania una de sus películas, le pidió que hiciera polaco a un oficial alemán nazi. Se negó.

La fama de aquel hombre fue grande, tanto como la de su dignidad. Cuando a un director español le concedieron un Óscar, llegó a decir que le gustaría creer en Dios para poder agradecerle el premio, pero que sólo creía en aquel niño judío vienés, y que para él era su gratitud. El olimpo de ese hombre grande era tan humilde, que no tardó en llamar al galardonado de palabras admiradas y extraña mirada. Así han de nacer las amistades, llenas de generosidad, limpias de envidias, iluminadas de fascinación.

El director español, llamado Fernando Trueba, cuenta que aquel talento soñaba culminar su dilatada carrera dirigiendo ‘La lista de Schindler’, pero que Spielberg no quiso venderle los derechos de la historia.

Supongo que la mayoría de ustedes han visto ‘La lista de Schindler’. Es terrible y bella, mueve a la reflexión y conmueve el espíritu a partes iguales. O por lo menos a mí me pasa. Hay una escena que parte del rostro horrorizado de una mujer que es empujada hacia una cámara de gas. Poco a poco el plano se abre y se ven a otras mujeres, muchas mujeres, todas desnudas. Son la imagen del desvalimiento, de la tragedia, del espanto, de la angustia, del estremecimiento.

Al poco de estrenarse, Trueba y el genio hablaron por teléfono:

-Fernando, ¿has visto ‘La lista de Schindler’?

-Sí.

-¿Y qué te ha parecido?

-Bien, respondió Trueba sin demasiado entusiasmo, me ha gustado. ¿La ha visto usted?

-Cuatro veces.

Cuatro veces era mucho más interés de lo que al director español pudiera haberle sugerido la película. Era como si el maestro hubiera visto cosas que a él se le habían escapado.

-¿Cuatro veces?

-Sí. Entro en la sala, me siento en la butaca y busco entre los extras a mi madre.

En los últimos días le he dado vueltas en mi cabeza a esa historia. Me emociona, me sobrecoge. No sé si yo tendría el valor de buscar una y otra vez la cara estremecida de mi madre a punto de ser asesinada entre decenas de desconocidas.

Tras una barrera negra y blanca, en Auschwitz se levanta una puerta enrejada que está coronada por la frase ‘Arbeit macht frei’, ‘El trabajo hace libre’. A Billy Wilder, el niño judío que no sabía de geografías ni de razas, su trabajo le hizo libre, nos hizo libres a todos. "Cuando estoy triste hago comedias y cuando estoy muy contento hago dramas", dijo en alguna ocasión. Y aventuro que cuando se sentía huérfano, cuando más echaba en falta el abrazo familiar y cariñoso, ya anciano, entraba en una sala, se sentaba en una butaca, y buscaba entre los extras la faz espantada de su madre.

6 comentarios:

manzacosas dijo...

Hola, PABLO. Qué bonito, pero que muy bonito. Cuántas historias de gente machacada, destruída, existen, y todas debidas a la burricie de los racistas, de los dictadores, sus secuaces, sus adláteres y sus furibindos eclesiásticos, todos perdidos en su soberbia de intentar dominar al mundo y a los seres humanos. Y pensemos que eso todavía existe, no nos llamemos a engaño.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es texto es muy bueno. Bipolar podrá estar contenta...

Teresa dijo...

Aunque no me quepa el cabezón entre sus dos columnas, aquí estoy para machacar, triturar y digerir su excelente escrito, que creo debería plantificar sobre papel público, ya que goza de sentimientos verdaderos.


Me siento importante
Gracias por dedicármelo
(por muchísimas razones)

Teresa dijo...

Chincha Manzacosas
juas

Pablo Méndez dijo...

Gracias por vuestras flores, Manzacosas y Pedro (me siento muy honrado, de verdad).
Y tú, Bipolar, no te sientas. Eres.

Teresa dijo...

Me acabo de derretir.

Creo que nadie me había tratado tan bien nunca. Puf, ya vienen las lágrimas a mis ojos. Gracias.

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