martes, 30 de octubre de 2007

JE TE PROMETS (10 de mayo de 2007)

Se despertó soñando, viéndose el 27 a las ocho y poco como un Sarkozy de andar por casa, saboreando una victoria indiscutible, otra vez. En el baño, de pie frente al retrete, sus ideas saltaban juguetonas al ritmo, imaginando su ciudad convertida en una nueva Roma, el corazón de una revolución cultural, económica y estética que le valdría, cuando menos, la memoria eterna y, quizá, una estatua ecuestre, condotiero del siglo veintiuno, amén de, quién sabe, un ascenso irresistible hasta la cima del partido, cosa que cree bien merecida después de los años.

Por un instante, la ducha quiso devolverle a esa mañana, pero fue en vano. Sus cavilaciones evocaban una ciudad de tranvías levitados, inmobiliarias dirigidas por Robin Hood, parques versallescos, avenidas elíseas, fiestas venecianas y museos envidiados. Fantaseó poco después con una oposición fraternal, adversarios leales que le elogien como los propios, y más tarde se imaginó requerido por el presidente, por el rey, por el Papa, días antes de recibir el Nobel de la Paz. Sí, sin duda podrá llegar tan lejos, porque siempre hay recompensa para quien trabaja al servicio de los demás de manera desinteresada.

Frente al espejo, a punto de afeitarse, seguía soñando. En ese instante se dio cuenta de un olvido imperdonable: ni un minuto había dedicado a sus votantes, tercos e incorregibles, ¡criaturas!, que le quieren como a un padre. Tampoco se quería olvidar de los que no le votarán, seres errados, pero para quienes también serán las mieles de sus obras, y caerán contritos en su equivocación. “¡Hoy es el día para difundir mi mensaje! –se dijo‑. ¡La gloria me espera!”

La puerta del baño se abrió sin avisar. “¡Al menos podrías echar tus calzoncillos a la lavadora, que me tienes como una esclava!” Sonó el portazo. Con media barba enjabonada se vio ridículo. Dejó de soñar. Decidido: volvería a prometer las mismas mentiras de siempre.


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