martes, 30 de octubre de 2007

HOMBRES, LOBOS (8 de marzo de 2007)

La ira se apropia del paisaje y los corderos, temblorosos, buscan refugios inciertos. Los pastores gritan enarbolando las boinas mientras sus perros marcan el territorio. Sopla recio el viento a la espalda, empuja miasmas. La muerte y el miedo son malos compañeros. Pastor que se achica, pastor vencido.

Churras contra merinas, motivos no faltan para repartir varazos en el prado y en el abrevadero, y los ladridos inquietan al poblado, sin saber si acecha el hambre de los lobos o es la guarda de los mastines. Arriba, el rencor hace fortuna en la ruina del vecino, y entre amenazas se desafían. El más bravucón amenaza con el cayado y alborota a sus cachorros buscando intimidar. Algunos borregos balan. El rebaño se dispersa.

Echando cuentas, no hay pastor que se libre, pero unos, en tiempos de guerra santa, buscaron refugio en el engaño mientras los lobos descuartizaban a las ovejas. Alguien sucumbe a la tentación del cotejo azuzando a la jauría. El griterío crece al calor de los gruñidos. Suerte que ya no está el prado para rabadanes de uno sesenta, pero el sistema revienta eficacia. A por ellos.

Cae la noche y los ovejeros dejan al rebaño baldío. Se gritan. Los lobos, si no fuera por no espantar el sustento, brincarían de alborozo. Los perros ladran, aúllan soliviantados. Sus amos no les oyen, siguen chillando. Las voces de los más patanes se escuchan desde el campanario, y el eco se extiende hasta la puerta de la posada, a la entrada de la aldea. Algunos canes abandonan y huyen endemoniados. Los lobos saltan al banquete. Hay un chucho que se hunde en su propia pena, asomando lastimoso la cabeza, desesperado. Los salvajes se dan un festín. Dos pastores se muelen a palos y en el pueblo se escuchan pasos apresurados y ruido de cancela. Goya pinta.

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