martes, 30 de octubre de 2007

HE SIDO YO (23 de marzo de 2006)

Fui yo, sí, quien el otro día hurtó su preferencia en el paso de cebra, temeroso anciano, y quien a continuación rebasó el semáforo en ámbar, a punto de rojo, para llegar a la rotonda por delante de usted, señora, que se incorporaba por la derecha. ¿Se acuerda? Sí, mujer, el mismo que unos metros después la vistió con un traje de insultos, algunos machistas, como no podía ser menos, por su torpe manera de conducir.

También soy yo el que suele escupir a sus pies cuando nos cruzamos por la calle, con una habilidad bucofaríngea bien trabajada durante años, que confiere a mis flemas una plasticidad artística que usted, en vez de apreciarla, mira con repugnancia. Y yo soy quien adorna con perfumadas micciones las esquinas de su plaza, a las que llego atravesando ese jardín que, no sé por qué, cada vez está más pelado. Y también tiro los papeles al suelo, y las colillas, lo mismo las del cenicero del coche, en la orilla de cualquier acera, como las que usted encuentra en el rellano de su casa o en el ascensor, tras ese pitillito clandestino que enfosca los pulsadores.

Fui yo quien aparcó en doble fila hace un par de días y le tuvo a usted inmovilizado durante media hora, y el que se le cuela en el quiosco y en la fila del pan, el mismo que deja el carro cruzado en el pasillo de los aceites y quien se hace un hueco a empellones cuando salimos del cine. En efecto, soy quien habla a gritos, más aún cuando el escape de mi moto ruge en la noche, y quien patea las papeleras sin testigos. A mí se me ocurrió grabar con el móvil collejas bestiales, y soy el azote de los vagabundos de cajeros.

No, nadie es culpable. He sido yo, el mismo que siempre se queja de lo mal que los demás hacen las cosas.

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