sábado, 16 de octubre de 2010

SÍ, PERO (octubre de 2010)

Una vez que creen que nos han convencido de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, han aprovechado a sacarnos las entrañas para que sus balances sigan siendo multimillonarios. Y ahora estamos en la fase de convencernos de que es por nuestro bien. Qué buena gente, coño. La clase política ha sido tan cómplice de la orgía del despilfarro que no le ha quedado más remedio, gobiernos al frente, que agachar dócilmente la cerviz ante los teóricos del caos para cumplir con la hoja de ruta marcada por los sabios del sistema, muchos de ellos responsables del desaguisado.

En lo doméstico, a los ayuntamientos se les quiso meter en cintura con el freno al endeudamiento, pero las llamadas de auxilio han hecho que el Gobierno rectifique. Una vez más. Porque sería de agradecer que acabase ya con esta yenka esquizofrénica que además de ofrecer una imagen pavorosa entre sus propios votantes, sirve de carnaza para el martilleante y estéril discurso de la oposición.

El caso es que alcaldes de toda condición han levantado la voz pidiendo más flexibilidad para sus cuentas y un poco de comprensión para la labor de las corporaciones municipales: porque cargan con responsabilidades que no les corresponden; porque su deuda sólo alcanza el cinco por ciento del total de las administraciones públicas; porque reclaman un modelo de financiación coherente con las competencias asumidas… Y aquí aparece el asunto de revisar las reglas del juego, superadas por el tiempo como denunciaba el alcalde de Sabadell Manuel Bustos, que la crisis saca a flote y que seguramente no admita más demoras.

Sea. Y quien tenga que escuchar, que escuche. Pero también habrá que poner sobre la mesa, dejando para otro día las corrupciones varias, todos los excesos, las repetidas chapuzas, el incesante derroche. En esto los burgaleses podríamos poner numerosísimos ejemplos a lo largo de los últimos años, que casi duelen más por la vergüenza que provocaron que por la pasta que nos levantaron. Aún hay algún proyecto de campanillas parido con bochorno alimentando candorosas esperanzas y del que algún día habrá que rendir cuentas. Y la comprensión del contribuyente se agota a medida que aumentan las cargas económicas que tiene que asumir.


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